Contaré mi día a día, aquí, donde nadie ve lo que escribo, es decir, el tampoco. Desde que empecé el colegio, no me levanto con las mismas ganas, ganas no por ir al colegio, sino por verle a él y que me dedique esa sonrisa olvidada allá por febrero. Después de tanto tiempo, nos hemos juntado medianamente todos en el patio, me he ido a sentar al otro lado de él, para evitar paranoicas miradas, pero se han adelantado y me he tenido que sentar en frente, donde las miradas eran fáciles.
Toca el timbre, nos levantamos todos, nos alejamos de aquel lugar unos seis metros, todavía me alcanza la vista, miro hacia atrás, y me encuentro con esos pitillos aún sentados en el suelo frío de aquel colegio, tenía la mano agarrando el móvil y pegada a la oreja, y tenia la mirada perdida, bueno o eso es lo que mis ojos me dejaron ver. Me gustaría hablar de más cosas, pero no tengo en mi cabeza nada más de lo que hablar, lo sé, es un poco triste, que quiera a alguien de esta manera, y en una constante ignorancia, y que mi vida se base en él, bueno en el “él” del pasado. Estoy empezando a pensar, que verdaderamente, tal vez, sí sea una obsesión. Una mala, trágica, odiosa y malvada obsesión.